La mayor parte de las entradas que dedico al binomio fabricación-digital tienen más de lo segundo que de lo primero. Hoy escribiré sobre el valor que la fabricación artesanal aporta a la micropime como elemento de competitividad; sobre hornos, obradores y panaderías; y sobre la tendencia a mostrar las interioridades para ganar en sex appeal.
Hubo un tiempo en que la fabricación cosa sucia y grasienta era. Durante las visitas las empresas mostraban lustrosas oficinas mientras trataban de esconder en la medida de lo posible a máquinas y operarios. Con la deslocalizacion posterior a partir de los 80 ya no fue necesario esconder nada porque nada quedaba para mostrar.
Pero los tiempos cambian y emerge hoy una clara tendencia a mostrar con orgullo la empresa que fabrica en local sea cual sea el producto siempre que sea algo tangible y como más artesano mejor. Sellos y asociaciones como Made in San Francisco o Madine France cobran relevancia, y las empresas, glotonas ellas, empiezan a explotar esta filón de atracción de atención.
En el plano de las micropimes esta tendencia también se presenta y tiene un enorme valor como herramienta de posicionamiento. Mostrar al público cómo se fabrican los productos es cada vez más común en pueblos y ciudades, recuperando una idea que la industrialización había condenado al ostracismo.
El ejemplo: el pan artesano
La clásica panadería de barrio ha vivido una época turbulenta. Muchas han cerrado, otras se han reconvertido, y otras sobreviven como pueden a la entrada del pan industrial precongelado. Parece que hoy finalmente se van consolidando tres modelos. El primero, la panadería industrial que podemos encontrar en cualquier supermercado como Mercadona. El segundo, el que combina procesos artesanales para algunos productos con masa precocinada. En este segmento abunda la franquicia y se quiere más al dinero que al pan.
Y el tercero, el pan-pan de empresas como el conocido Turris, sólo pan, o Crustó, con algunas mesas para consumir. Ambas empresas y alguna otra enseñan sus intimidades para que todo el que pasa por delante vea cómo se fabrican los panes. Claro, en hornos de toda la vida como el de la pequeña población de Vilada no enseñan el obrador, ni tienen una web propia, ni falta que le hace porque desde la calle se distingue el aroma de cocas y pan recién hecho en el aire puro del Berguedà. ¿O tal vez sí debieran vender su pan por internet?
Porque puestos a ser diferentes, ¿por qué no verticalizar y molernos nosotros mismos con molino tradicional la harina cultivada a pocos kilómetros? En el mismo pueblo de Vilada y en la masía de la imagen superior encontramos desde hace más de 15 años a Pa d’en Pitus, una apuesta arriesgada, valiente y diferencial que vende pan ecológico y artesano por internet de producción limitada. Y no les pidas más producción, en la escasez está su valor!
Podemos deducir que cuando la panadería u horno se encuentran en la ciudad deben complementar su propuesta de valor mostrando su proceso de fabricación artesanal para diferenciarse de la masa (industrial en este caso), mientras que si se encuentra en la naturaleza toda esta parafernalia no es necesaria en absoluto. Algo parecido a lo que pasa en una playa nudista donde no es necesario añadir nada a la belleza del desnudo al natural, mientras que en la ciudad nos tapamos y dejamos entrever un pedazo de carne para vendernos mejor.
Pero volvamos al binomio fabricación-digital que hemos abandonado por unos minutos. ¿Podrían estas pequeñas empresas utilizar la fabricación digital para diferenciarse de la competencia? Imaginemos que alguien quiere una hogaza en forma de corazón para San Valentín -hay gente para todo- o que quiere regalar una “bota de pan” al mejor futbolista del barrio. Pues nada más sencillo que seguir estas instrucciones -escaneas, fabricas un molde de silicona, viertes la masa ya mezclada….- et voilà. Los que nos fabricamos el pan sin gluten sabríamos sin duda cómo hacerlo.
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jjj… que bueno, Pere. Solo que me daría cosa zamparme un zapato. Igual podemos usar algun diseñito más goloso, no?