Departiendo con unos amigos sobre el papel que juegan actividades como la terapia con caballos o la terapia gestalt en el desarrollo de las personas y el control de sus emociones, me sorprendí a mí mismo pensando en como ejercer como empresario -o aprendiz de- puede ayudarte en tu crecimiento personal y en el afianzamiento de tus ideas políticas.
La terapia Gestalt me queda lejos todavía, pero el caso de los caballos me resulta ya familiar por roce. El caballo es un animal presa -no depredador- siempre atento a la aparición del enemigo; social por naturaleza, busca la protección y guía de un líder natural. Con el caballo o la yegua se puede interactuar mediante la subyugación desde la violencia, o mediante la cooperación desde la confianza. El primer método es utilizado en el 90% de las hípicas, y en algunos colegios y empresas todavía.
El segundo es sin lugar a dudas mucho más interesante y gratificante aunque el camino resulte tortuoso y largo. La dificultad estriba en que el caballo tiene que confiar en ti, sentirse seguro bajo tu guía, como si fueses el líder de la manada. Si tú no estás segura o tienes miedo, no se acercará y mucho menos cooperará contigo. Y si eres un líder sin autoridad real, el caballo lo percibirá y no querrá saber nada de ti. Por no hablar de que en un descuido los 300 kg del caballo te pueden matar sin querer. Un caballo no juzga, coopera porque confía.
Y se me ocurría pensar que ejercer de empresario también da la oportunidad de enfrentarte a tus miedos y neuras y de dar un baño de realidad a la formación recibida.
Imagina que de la noche a la mañana te conviertes en empresario y tienes que pagar 25 nóminas cada mes. Si eras una persona tímida que te refugiabas en el correo electrónico, te ves obligado a marcar el número del banco o del acreedor para pedir un préstamo o un aplazamiento del pago. Si eras una persona puramente emocional, te ves obligada a sopesar con la razón tus decisiones de inversión. Si te ablandabas ante las explicaciones de otras personas y cedías a la primera de cambio, aprendes a ponerte la escafandra y la cara de palo y mantenerte firme especialmente cuando representas a un colectivo de personas que confían en ti.
Y el baño de realidad también es duro. Siempre había pensado -y así me lo explicaban en el MBA de economía cooperativa que cursé- que en este entorno las empresas se ayudaban entre ellas y que la financiación era fácil de obtener con un proyecto rendible. Lo que no me explicaron fue que existían cooperativas buenas y cooperativas no tan buenas, y que más allá de los criterios creación de valor y de empleo, el principal argumento para ser bueno o malo era… el precio del producto. Producto caro, empresa elitista, cooperativa mala. Producto a precio popular, empresa inclusiva, cooperativa buena.
Casi mejor me quedo con los caballos, que aunque sean grandes y miedosos, son transparentes, nobles, y te avisan si sabes leer la posición de sus orejas.